Los mandamientos más importantes de la ley de Dios

Con la idea de que la humanidad pudiera tener una convivencia mucho más sana, Dios entregó a Moisés los 10 mandamientos, un conjunto de consejos de vida inspirados en el amor que de alguna manera marcan el camino para que el ser humano finalmente pueda hacerse acreedor del regalo de la vida eterna.

Es de esta manera que los mandamientos de la ley de Dios al apartar al hombre del pecado se instituyen como pruebas de fe con gran significado, por tanto, llevar a cabo un análisis sobre los mandatos que se reconocen como los más importantes resulta una labor que además de interesante puede arrojar muchos frutos.

Cuáles son los mandamientos más importantes

De acuerdo a las enseñanzas del propio Jesucristo que se encuentran recopiladas en la Santa Biblia, cuando un doctor de la ley le preguntó al respecto su respuesta fue contundente: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu», adicionalmente indicó otro mandamiento de gran relevancia: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».

Así pues, estos dos son los dos mandamientos que mejor reúnen lo que el creador espera de sus hijos; el primero por su parte invita a reconocer a Dios como el todo de nuestras vidas, lo que en otras palabras simplemente significa que se debe amarlo y respetarlo, pero desde el corazón, de manera fluida y por encima de cualquier otro ser.

Respecto al segundo mandato, este implica mucho más que compartir, se trata de no perder de vista que el Señor creó al hombre a su imagen y semejanza y en este sentido a todos y cada uno de los individuos se les debe estima, respeto y consideración.

El principal mandamiento es el amor

Esta es la gran lección que nos deja este magnífico decálogo, vivir desde el amor para de esta manera mantener una convivencia óptima además de un empoderamiento como hijos de un Padre dispuesto a todo por su felicidad.

Aquella afirmación que insiste en que es indispensable amar a los enemigos, es simplemente el gran mensaje de humildad que invoca el perdón y el dejar espacio para rencores y odios que no hacen otra cosa que atar y conducir justo a donde nadie quisiera llegar: a la vía del castigo eterno que pone en evidencia a aquellos que hicieron caso omiso de estos preceptos de vida que tanto bien pueden hacer.